Se puede decir que NoMinimo es una de las cuatro galerías de arte en Guayaquil mejor puestas y de mejor propuesta, no solo imparte excelentes cursos donde a uno se le enseña factores claves sobre historia del arte y acontecimientos actuales relevantes, también da una vasta asesoría a diversidad de artistas nacionales que más de una vez han expuesto en este espacio, es gratis, permite fotografiar las obras y a diferencia de otras galerías de calidad, a esta le importa tener al tanto a su comunidad manteniendo fresco el contenido de sus redes sociales.
Espacio de dos pisos, reducido pero de profundo efecto en la persona que lo visita ante las obras que pasando tres semanas lo re habitan, desde Pamela Hurtado y sus obras bellamente explicitas donde mediante el bordado o el acrílico se analizan las estructuras de poder que constantemente y sin mayor análisis aceptamos hasta grandes juegos de ficción y atrevimiento ideológico en una video instalación de Oscar Santillán. NoMinimo no solo se presta para exhibir si no también para alentar a recrear la forma en que interactuamos con el arte. A mi parecer es un punto clave dentro del arte ecuatoriano actual, es un refugio donde se disuelve la dicotomía de la escena local que se divide y postra ante lo que meramente consume el público en masa; o esos cuadros de técnica vaga donde aparecen rostros con frutas o balsas despareciendo en el atardecer, estos repletan las casa de la gente que los puede pagar, repletan el museo municipal y sus órganos externos donde cierto rico define que se puede llamar arte. O también está el arte callejero autodenominado clandestino que a lo Pancho Jaime escupe a cualquier símbolo de autoridad y se celebra en la hierba encontrada dentro una casa abandonada. En un país acostumbrado a descansar en los extremos, hay pocos lugares que se zafan del pensar maniqueista con el cual se nos ha programado a reaccionar. En NoMinimo puedes toparte con una exposición donde se observe los diferentes tonos que se puede encontrar un atardecer en un manglar hasta una exposición donde se … Exacto NoMinimo está lleno de “desde hasta” ese factor es lo que hace que este lugar no se atore en la censura ni se limite a un círculo social, compartiendo cultura y ganando adeptos.
Yo, que constantemente trato de educarme y educar en esto del arte, yo que sin mayor tapujo le confesé a mis padres este ferviente deseo de no estudiar psicología y dedicarme a la curaduría, galería e historia del arte. Yo que cuando visito cualquier ciudad busco en internet que museos hay, yo, que tuve la cita más bonita en la casa de Guayasamín, yo, que reduje mi dating pool a gente que puede diferenciar entre expresionismo e impresionismo, yo, que me declaro pretensioso al haber alguna vez fantaseado con perder mi virginidad en un pasillo del Guggenheim , yo, que me puse a lagrimear mientras subía las escaleras eléctricas en el Pumpidou para ver La fuente de DUCHAMP. Yo.
Me encontraba cruzando la ciudad para ver la exposición colectiva SONOPO curada por el cineasta Jorge Aycart, donde participa Xavier Coronel (el guapo), Leandro Pesantes (el que gano el concurso de arte contemporáneo BATAN), Stefano Rubira (el de las pinturas nostálgicas hechas con jarabe para la tos) José Pinto (no encontré nada de él en el internet) , Elías Aguirre (tampoco encontré mucho en internet) y Boris Saltos (mi favorito). Entro a la exposición y me topo con unas estanterías que cuelgan del techo, trato de no moverlas y verlas de cerca, pero antes me leo los párrafos de introducción escritos por Jorge Aycart.
SONOPO es una narrativa ficticia o real, eso depende de usted, donde se nos introduce a una historia que se desarrolla dentro del mundo del futbol, empieza describiendo a Sonopo, un deportista profesional de Lesotho, nacido el 20 de enero de 1994, que a su corta edad ya se encontraba enlistando en el Lioli F.C. Equipo local de mayor notoriedad, obteniendo fama y dinero que en muy poco tiempo lo ubico dentro de una esfera muy diferente a lo que él estaba acostumbrado. Con la repentina gloria llegaron nuevos valores, y nuevas amistades que acompañaron el hecho de que ahora el deportista era un icono nacional preciado y del cual se debía presumir. Al panorama se le aumento una raya; el rumor; el cual fue empezado por el Atlético de Madrid, nunca se supo que escondía este statement lo que a nivel internacional se pudo notar fue el derrocamiento y la depresión de esta estrella del gol, que ahora se reproducía como un fantasma acido en la mente de la escena local. ¿Ahora qué? ¿Con que cronometro se lo va a alimentar después de que los 15 minutos de fama ya se hayan esfumado? ¿Con que escudo nacional se va arropar? ¿Podrá su rostro negro ser uno más entre la multitud después de haber sido forzado a una transparencia de europea proveniencia? Son respuesta que como audiencia no tenemos, pero que en SONOPO los artistas se han obligado a documentar no por honor a la verdad, sino por algo parecido a la necesidad de no volverse un molde más, molde de un sistema que hoy en día se re-apropia de uno mediante rumores o apadrinados amarillistas.
Vuela entre los dos – Stefano Rubira.
Esta pequeña ilustración de lapicito sobre un cuadro de hoja, se proyecta un sello sombreado donde se dibuja a detalle el cuerpo de un ángel, digamos que San Miguel Arcángel, sobre un horizonte levemente ondulado, donde un hombre alza sus manos en forma de agradecimiento divino, mientras en el agua un lagarto y un tiburón se alzan hambrientos. La ilustración se ve encerrada por una franja con escrito que en mayúsculas lee I N T E R / U T R U M Q U E / V O L A T. Supongo que el escrito tiene algo que ver con Metamorfosis VIII donde Dédalo le da instrucciones a su hijo Ícaro sobre como volar las alas de la vanidad y la cera, que por la natural ambición griega se terminan derritiendo al volar cerca del sol. Entonces nos vemos incitados a asociar de manera inmediata la imagen judeocristiana híper barroca del ángel protector con la del hombre que anhela ser algo parecido a Dios, estos dos conceptos chocan al tratar de recrear la desdicha de SONOPO. Pero para ser honestos, mi primera impresión fue que la ilustración recreaba el logo del equipo en el que SONOPO tuvo sus momentos dorados, pero también llegue a pensar que el logo podría llegar a trabajar como una configuración de sello que se uso en la época colonial para ubicar o asociar el destino de los esclavos africanos.
Slaapmaker de José Pinto López
Ya arriba, dejando la esquina pero continuando con una reflexión postcolonial, me veo forzado a traspasar la habitación y en vez de dejarla con su gravedad callada pero cortante me detengo y admiro lo que se supone es una ventana, que me entrega un panorama blanco manchado por las puntas de las llamas, sin traspasar el papel, acarician la intemperie y deja algo parecido a un vector producto del fuego interrumpido de forma precoz, consumiendo sin matar, dejando la marca de que alguien prendió allá y no aca. Sobre el vector se plasma lo que considero la base de cierta raíz blanca que con sus extensiones impone horizontes, todo esto encerrrado por unas rejas de diseño colonial dando a entender que hay una obvia división entre lo que vemos y donde estamos. La obra es acompañada por una pequeña acumulación de tierra negra que se expande hacia la pared permitiéndonos palpar restos del panorama (joven no toque la instalación.) Toda habitación necesita de una puerta y esta se encuentra alfrente de la ventana, con el mismo marco y el mismo vector, pero aca la narrativa se vuelve mas explicita ya que las manchas de fuego son cubiertas por llamas blancas que se levantan sobre ramas y tejados, escombros de alguna aldea anónima. José Pinto López se apropia del dialecto holandes para dar nombre a este espacio blanco y frio, donde la decencia de la memoria eurocentrista se ve interrumpida por estos paisajes donde la violencia es un acto de todos los días, donde la violencia es otro tono de piel, donde la violencia es una guerra que se empieza dentro de la misma etnia, donde la violencia es una cultura del abuso heredada. Cobre, diamante , marfil y humanos son productos de exportación provenientes de una tierra que no vera bonanza mas alla de una TV a color, que no encuentra salvador en el propio colonizador que compone un “We Are The World”.
El Jardin de Boris Saltos
Nuestros ojos occidentales listos para absorber cualquier muestra de lo que compulsivamente denominamos exótico se topa con un jardín que en realidad termina siendo un desentierro. Esculturas decadentes de una cultura proveniente de Lesotho que nunca llegamos a conocer bien, pero están los huesos, las vasijas, los instrumentos, las raíces y pieles que sirven de evidencia que por aquí paso una plaga blanca o quizás esta exposición es una reunión mas donde nos damos cuenta que somos un club de vampiros globalizados. Ahora es mi turno de sacarme un selfie con el buitre o cuervo mientras se come a un negro, al circuncidar el orgullo africano con matices de apartheid y alardear de que descubrí un nuevo paraíso tropical donde todo lo que no puedo hacer en mi barrio, acá es legal. El Jardín nos recuerda de todas las estructuras coloniales impuestas donde se obliga a el local a desapegarse de lo que durante siglos a considerado su identidad para exponerlo y venderlo. Mas que un trabajo de despolvar algo parecido a nuestra propia historia, es un trabajo donde lo endémico es un morbo mas digno de exportar.